El impacto de la Inteligencia Artificial (IA) sacude el atlas mundial y altera la interacción entre el Estado y la sociedad. Su omnipresencia está generando transformaciones en la vida cotidiana y ha alentado debates relacionados con el posicionamiento de la tecnología en la agenda mundial, cuya impronta incluso ya sobrepasó a la política a la hora de las decisiones trascendentes. Pero, también suscita interrogantes sobre la capacidad del ser humano para influir en su manejo, en especial respecto del derecho de seguir viviendo en su hábitat natural. Si bien este aserto pueda considerarse contraintuitivo, claramente no lo es; mas bien se relaciona con la gobernanza del siglo XXI y la premura que reviste la responsabilidad de construir un entorno adecuado para la IA.
El despliegue del potencial de esta nueva tecnología en beneficio del desarrollo del “hombre integral”, entendido como un binomio indisoluble entre la persona y la naturaleza, requiere, ciertamente, de acompañamiento interdisciplinario para, entre otros factores, neutralizar el vacío humanista que se percibe existe en la formación de las nuevas generaciones. La asistencia experta resulta clave en la aplicación, la adaptación, el conocimiento y la vigilancia de la IA; también, en la mitigación de los riesgos que conlleva, la fijación de responsabilidades y, muy especialmente, para endilgar su curso hacia un “constitucionalismo digital”. Al efecto, la apelación a la diplomacia puede constituir una herramienta apropiada si se quiere amortiguar el golpe que implica el tránsito veloz desde una zona de confort, amparada por paradigmas superados u obsoletos, hacia otro y distinto escenario donde hay más incertidumbre que certezas, pero también más posibilidad de que el planeta pueda liberarse de la “fuerza geofísica destructiva ejercida por el ser humano”.
En el nuevo contexto que se configura coexisten variados nuevos actores, dentro de los cuales sobresale una abigarrada masa de ciber ciudadanos con una agenda mas densa y diversificada donde, supuestamente, todo funciona con rapidez, productividad y eficiencia, sin importar “qué se hace sino cómo se hace”. A su vez, la flora y fauna, junto a los ecosistemas conexos, llámense clima, agua, microorganismos, se sitúan en el corazón de la agenda global.
Ahora bien, la inserción en un cuadro tan demandante, sin desmontar la estructura institucional que exige la convivencia, es un reto inmanente que aporta la tecnología. De ahí la obligación de los Estados, gobiernos y la comunidad en general, de impulsar cambios en el razonamiento individual que beneficien el desarrollo de un pensamiento alternativo colectivo que permita la reflexión acerca del correcto uso de la IA, cuyo ejercicio tiende a confrontar la cultura antropocéntrica que ha guiado la vida durante siglos, con un enfoque biocentrista, de sustrato ético diferente, que otorga valor intrínseco a la naturaleza y las especies no sapiens. En consecuencia, si se pretende “humanizar la tecnología”, la aproximación al agenda propiamente tal debe mutar radicalmente e inclusive pensar en su rediseño.
Al respecto, quizás valga una comparación artesanal entre las transformaciones ocurridas a fines del siglo XVI con el Renacimiento y lo que acontece hoy con la IA a inicios de la XX centuria. Podría servir como un ejercicio útil para indagar sobre el abordaje de situaciones análogas con sus propias particularidades en tiempos pretéritos. En efecto, mientras el Renacimiento partió con la imprenta y la explosión de la artes para terminar con la expansión de la ciencia, hoy en la Edad Moderna la forja de un nuevo Renacimiento se sostiene en la búsqueda necesaria de aglutinar y humanizar el cúmulo de ideas, teorías y reflexiones que germinan al calor de la digitalización y la IA. Cabe sí aplicar una buena dosis de cautela mientras esté abierta la discusión sobre cuáles valores o preferencias universales habrán de inspirar y nutrir el campo de la IA.
Un reputado experto en la materia, Stuart Russell, elabora, de manera magistral, sobre este y otros asuntos relacionados en “Human Compatible” (Penguin 2020). También, para observar el universo tecnológico desde la ficción, la colección de relatos sobre asteroides “Yo, robot” del autor Isaac Asimov (Editora Hispano Americana 1950), es una buena opción. Sin duda, es necesario estar preparados para comprender los alcances de las diversas posiciones y objetivos que comienzan a insinuar, cada vez con mayor frecuencia, los países e instituciones líderes en estas materias. Desde América Latina cabe estar atentos a cuál puede ser el aporte de la región y de quién, así como en qué condiciones estamos prestos a recibir asistencia o colaboración para nuestros proyectos.
Fuente: El Mostrador