El 11 de septiembre de 2001 marcó un quiebre significativo en la política exterior de Estados Unidos, transformando su papel en Occidente y en el mundo. Desde entonces, América Latina ha sentido la creciente ausencia de lo que alguna vez fue un socio estratégico, un fenómeno que se ha acentuado con la cada vez más dominante presencia de China en nuestra región.
Cuando los estadounidenses acuden a las urnas para elegir un nuevo presidente, en América Latina nos preguntamos si volveremos a ocupar un lugar en la agenda de esta potencia global. Esperamos que una relación más estrecha pueda ayudar a enfrentar los desafíos políticos, económicos y sociales que vivimos en la actualidad.Aunque hay un debate en torno al verdadero impacto de Estados Unidos en la región, es evidente que una mejora en las relaciones podría tener un efecto significativo en la región. Esta posibilidad se puede abordar a través de cuatro puntos clave.
Desde una perspectiva económica, esta nación es uno de los mayores consumidores de recursos naturales del mundo, y podría beneficiarse de la riqueza de recursos que posee América Latina. Para ello, es fundamental garantizar un acceso fluido a estos. A su vez, las economías latinoamericanas deben diversificarse y buscar expandirse hacia mercados como el norteamericano. Esta relación debe evolucionar más allá de antiguos patrones de dependencia; América Latina debe considerar a EE. UU. como un socio más, no solo como su principal consumidor.
En segundo lugar, la seguridad es quizás el mayor desafío que enfrenta nuestra región en la actualidad. Un enfoque colaborativo con este país podría fortalecer las capacidades de los gobiernos latinoamericanos para abordar esta problemática. La cooperación en seguridad y el intercambio de información son esenciales para combatir el narcotráfico y la delincuencia organizada, lo que, a su vez, mejoraría la seguridad ciudadana y el ambiente propicio para la inversión. Es importante reconocer que esta cuestión no es solo un tema de política exterior, sino también de seguridad interna, tanto para EE. UU. como para los países latinoamericanos.
A su vez, la crisis climática es un desafío global que requiere una respuesta conjunta. América Latina, rica en biodiversidad y con importantes retos ambientales, podría beneficiarse de una mayor cooperación en sostenibilidad y desarrollo ecológico. Las colaboraciones en áreas como tecnologías limpias, conservación y energías renovables no solo ayudarían a mitigar el cambio climático, sino que también generarían empleo y estimularían la innovación en la región. Al mismo tiempo, América Latina debe diversificar sus socios estratégicos en el ámbito de nuevas tecnologías y la transición verde, donde EE. UU. puede desempeñar un papel relevante.
El cuarto punto clave en nuestra relación con la nación norteamericana es el fenómeno migratorio. La búsqueda de una relación más cercana que facilite la creación de programas de migración laboral es común, pero los desafíos migratorios actuales son más estructurales. La cooperación no debe limitarse a soluciones tradicionales que han mostrado eficacia, sino que debe abordar de manera coordinada las complejas olas migratorias que ha experimentado América Latina en los últimos años, como la diáspora venezolana.
Fuente: Revista Universitaria UC