Opinión

“La vigencia de la diplomacia no está en duda, sí su eficacia”

 

Quien fuera representante de Chile en el Reino Unido, Rusia, China y la Santa Sede, lanzará el martes el libro 'La diplomacia tiene la palabra', un relato ensayístico en el que, a partir de sus experiencias, reflexiona sobre esta actividad. Acá adelanta algunos de sus contenidos y analiza la política exterior del actual gobierno.
 
Pablo Cabrera es un diplomático de tomo y lomo. Abogado de la UC y funcionario del servicio exterior desde 1970, ha servido en diversos países y ha sido embajador en China, Rusia, Reino Unido y el Vaticano. Lugares en donde reconoce que pudo 'hacer una lectura de la conexión entre el poder, la política y la diplomacia en un contexto de cambios ocurridos entre una época que se desvanecía y otra que emergía acicateada por la tecnología y la IA. Pude discernir lo que queda en el pasado y lo que ofrece el futuro a nuestro país de tamaño mediano y de territorio tridimensional: continental, marítimo, antártico, que constituye el eje de su involucramiento en el tablero del tercer milenio.

La de Pablo Cabrera es una carrera amplia y diversa que, además de llevarlo a ser subsecretario de marina, coronó como director de la Academia Diplomática Andrés Bello, entre 2010 y 2014. El próximo martes 9 lanzará su libro 'La diplomacia tiene la palabra', el que será comentado por el expresidente Eduardo Frei, el exministro Teodoro Ribera y la académica María José Naudon.

Cabrera no duda ni un momento al destacar la importancia de su oficio de toda la vida:

'Tiene valor intrínseco por su contribución a la paz y la cooperación, además de la promoción del diálogo y la resolución pacífica de los conflictos. De ahí que no admita calificativos, no obstante, la tendencia de algunos por sumarle aquellos que representan mejor sus intereses. La vigencia de la diplomacia no está en duda, sí su eficacia'.

—¿Cómo se compatibiliza la irrupción de nuevas tecnologías y la IA con un quehacer como el diplomático tan ligado a las relaciones humanas, los vínculos personales, incluso las actividades sociales? ¿Hay algo de estereotipo en todo esto?

—Los gestores diplomáticos se vieron compelidos a naturalizar la digitalización para insertarse en un contexto desafiante y enfrentar cualquier atisbo de 'complacencia automatizada', que es dañina para la humanidad. El supuesto refinado olfato diplomático puede actuar de filtro en la conexión de la tecnología con la política y evitar dar pie a que un excesivo apego a los adelantos tecnológicos afecte la necesaria gobernanza global.

—¿Como calificaría el actual nivel de la diplomacia chilena? En América Latina se destaca siempre a las cancillerías brasileña y peruana. ¿Coincide usted con esos juicios? ¿Falta una modernización de nuestro Ministerio de RR.EE.? ¿Hay que cerrar representaciones en el exterior?

—En términos comparativos, la diplomacia chilena muestra debilidad corporativa respecto de sus homólogas mencionadas, y las diferencias no están en el cometido diplomático o la calidad de sus gestores, se remiten al respaldo institucional, la aprobación social y los recursos asignados. Más que modernizar la Cancillería, corresponde innovar, que para estos efectos implica asumir la cultura digital que cambió los parámetros de comunicación y relacionamiento del siglo XX. El libro invita a reflexionar sobre la agenda global densificada que ha expandido los intereses del país y propone resetear el 'software cívico' para sintonizar estratégicamente con el nuevo mapa geopolítico, donde la diplomacia se posiciona como artífice de la defensa y promoción del interés nacional. Así las cosas, no es aconsejable disminuir nuestra representación en el exterior, sino acomodarla a la nueva realidad.

—Una de las críticas que se suele escuchar es que nuestra Cancillería, en comparación con otras similares, es demasiado politizada. Hoy, el ministro y las dos subsecretarías poseen ese carácter. ¿No debería estar la política exterior en manos profesionales?

—Se trata de un tema que supera a la Cancillería: es antiguo y de culpas compartidas. Los logros de la diplomacia son siempre atribuidos a la política y los fracasos, a la diplomacia, que para muchos es invisible. Basta leer columnas de opinión o participar en foros sobre política exterior para comprobar que los diplomáticos no proliferan, tampoco sus opiniones son muy requeridas, y escasamente son designados como autoridades de la Cancillería. Quizá para el imaginario colectivo es suficiente reconocerle a la diplomacia tácitamente que represente, negocie y comunique a nombre del país.

—¿Considera que le falta algo a la formación de nuestros futuros funcionarios diplomáticos? Usted fue director de la Academia Diplomática Andrés Bello (Acade).

—La modernización de la Acade ha de ser permanente para un país que por décadas luce una política exterior repleta de hitos y acontecimientos. La prioridad es la restauración de su sede histórica —el Palacio Edwards— dañada por el terremoto de 2010, que es símbolo de la conexión de Chile con el exterior. Además, precisa tener estándares de posgrado similares a los de las mejores universidades nacionales, de ahí la urgencia de que su programa de estudios sea reconocido en la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), tal como lo son las escuelas matrices de las Fuerzas Armadas.

—¿Cómo evalúa la regla del 80/20 que se suele aplicar al momento del nombramiento de embajadores provenientes del servicio diplomático y de la política?, ¿le parece adecuado?

—Ser diplomático en un mundo tecnológico, donde el secreto que era la regla transita hacia la transparencia como exigencia, es muy desafiante, porque las formas de su quehacer se han alterado. Pero, al quedar la representación del Estado incólume, quien asuma una embajada sigue siendo importante. Si deben ser ocupadas por miembros de la carrera diplomática o de la política, no debiera ser algo controvertido. Mientras los primeros traen un bagaje formativo y cultura institucional, quienes llegan de distinta vereda aportan otras experiencias y redes que pueden refrescar el cometido. Ambos ejercicios conllevan riesgos: el profesional puede caer en formalismos excesivos o demasiada cautela; y el político, requerir una curva de aprendizaje que demore resultados, porque el tiempo de asignación suele ser escaso. La proporción, en consecuencia, opera en favor de los diplomáticos, en especial ahora cuando existe conciencia de que el cargo de embajador no es ornamental ni debe constituir un premio o refugio.

—¿Cómo calificaría la política exterior que llevó adelante el gobierno del Presidente Boric?

—Si bien los principios rectores de la política exterior han permanecido invariables, ha tenido conductas que han producido más ruido del necesario.

—¿Le pareció adecuado que se haya establecido un sello feminista a nuestra política exterior? ¿Faltan mujeres en el servicio para hacer realidad ese objetivo?

—No lo comparto. Fue una iniciativa que buscó un vínculo emocional con la ciudadanía para destacar a mujeres profesionales en cargos de responsabilidad. La participación femenina en la diplomacia ha avanzado a la par con la evolución de la sociedad. Cuando fui director de la Academia Diplomática el enrolamiento anual de mujeres alcanzó a más del 40%; hoy debe ser superior.

—Y en lo relativo al sello 'turquesa' del que tanto se habló al comienzo de este gobierno, ¿le merece el mismo tipo de reparo?

—Se trató más bien del enunciado de una estrategia de política exterior. Se buscaba hacer un contrapunto con aquella otra línea de acción que en su momento se apoyó en los tratados de libre comercio. Los énfasis aquí, en cambio, iban a estar puestos en aspectos medioambientales, con el cambio climático como telón de fondo. Sin embargo, esto no prendió. Reavivó viejos debates y careció de los recursos para implementarse. Lo que se logró fue una diplomacia de nicho que se quedó ahí.

—¿Que desafíos quedan en este ámbito para la próxima administración?

—Como desafío estratégico principal, deja la tarea de profundizar la defensa de la soberanía en la Antártica y la implementación de más bases de investigación, además de la obligación de avalar, a través de la construcción de un puerto, nuestra calidad de ser punto de entrada al continente blanco. Se suma siempre la obligación de ordenar, expandir y profundizar las relaciones con los países vecinos y a nivel regional, además de resetear el posicionamiento estratégico de cara al nuevo tablero geopolítico internacional.

 

Gobierno: 'Si bien los principios rectores de la política exterior han permanecido invariables, ha tenido conductas que han producido más ruido del necesario'.

Detención de Pinochet: 'Chile hizo lo correcto'
—¿Cómo vivió la detención del general Pinochet en Inglaterra? ¿Fue ese el momento más complejo que le tocó enfrentar en sus años como embajador?

—¡Sin ninguna duda! Ha sido la gestión diplomática más compleja desde el restablecimiento de la democracia. Se actuó bajo presión de la opinión pública y de los medios de comunicación internacionales que interpelaban a la justicia universal por violaciones a los derechos humanos cometidas en dictadura. Una misión donde la política, la ética y el derecho se cruzaron, desbordando la función diplomática tradicional. La serenidad, transparencia y convicción democrática fueron clave tanto para la resolución del caso como para los avances en la justicia chilena a su respecto.

—¿De qué temas conversó con Pinochet cuando usted, en su calidad de embajador en ese país, lo visitó en Londres?

—Debo decir que nunca lo visité en la clínica. Mis contactos fueron en Virginia Waters. Siempre lo hice acompañado del agregado militar de la embajada a petición mía y los temas abordados siempre tuvieron relación con su cuadro de salud, el que era muy cuestionado en diversos ambientes, pero que después de una seria operación y de diversos informes médicos se demostró que estaba realmente enfermo.

—¿Cree que se justificó que el gobierno de la época se jugara tan decididamente por traer de regreso a Pinochet a Chile?

—El caso Pinochet demostró que el gobierno del expresidente Frei tuvo una sola línea. Desde el primer día se señaló que se había violado la inmunidad del entonces senador Pinochet y que se desplegarían todos los esfuerzos del Estado para que lo liberaran y pudiera volver a Chile y enfrentar el juicio. Chile vivía un proceso de transición pactada y cabía como único camino el respeto a la institucionalidad y con fiel apego a su tradición e historia. Creo que quien observe este proceso con la perspectiva de los años coincidirá que Chile hizo lo correcto.